sábado, 19 de marzo de 2011

LA PRIMAVERA


Botticelli, Alegoría de la primavera

Según la definición que da la Real Academia Española, un mito es una “narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico y protagonizada por personajes de carácter divino o heroico. Con frecuencia interpreta el origen del mundo o grandes acontecimientos de la humanidad”.
Los mitos antiguos intentan dar una explicación a aquello que los hombres, por los conocimientos que en aquel momento tenían, no podían comprender.
El mito que a continuación exponemos, está tomado de las Metamorfosis de Ovidio y es la interpretación, que hacen los romanos, del origen de las estaciones.

CERES Y EL RAPTO DE PROSERPINA
Un día la diosa Venus le pidió a su hijo Cupido que lanzase sus flechas al corazón de Plutón, dios del Tártaro. Cupido obedeció a su madre, escogió la más aguda e infalible de sus flechas y atravesó con ella el corazón Plutón.
No lejos de allí había un lago profundo, rodeado de un espeso bosque, que impedía el paso de los ardientes rayos de Febo, el Sol. Eterna era allí la primavera, pues el frescor hacía brotar de la tierra flores multicolores. Allí se entretenía Proserpina con sus compañeras recogiendo violetas y lirios blancos, cuando en un instante la tierra se abrió bajo sus pies y fue raptada por el dios. Aterrorizada, la joven diosa gritó llamando a su madre, mientras se le desgarraba el vestido y caían de sus manos las flores que había recogido. El raptor la cogió en brazos y con ella cruzó sin descanso campos y lagos profundos. Al fin, abrió un cráter en la tierra y, a través de él, llegó hasta el Tártaro, en los infiernos. Ceres, angustiada, buscó a su hija por todos los rincones de la tierra, pero todo fue inútil. Proserpina había desaparecido. Ni la Aurora de cabellos rosados, que aparece en el cielo por la mañana, ni el Lucero de la tarde sabían nada de ella. Mas no por ello abandonó Ceres la búsqueda. Al fin, un día vio flotando en un lago el cinturón que Proserpina había perdido en la veloz carrera de Plutón. En ese momento tomó Ceres conciencia de que su hija había sido raptada. Llena de cólera, rompió allí mismo con mano cruel los arados y, mientras daba muerte por igual a hombres y a bueyes, ordenó a la tierra que no fructificaran las semillas ya sembradas. Las tierras se convirtieron en un desierto.
Compadecida de la situación, sacó entonces la cabeza de las aguas del lago la ninfa Aretusa que habló así a Ceres:
«¡Oh diosa! No te enfurezcas contra esta tierra, que siempre ninguna falta ha cometido. Con mis propios ojos he visto en el Tártaro a tu hija. Triste y asustada estaba aún, pero reina es al fin; y no de un lugar insignificante, sino de todo el mundo subterráneo, como esposa del soberano Plutón.»
Ceres, al escuchar las palabras de Aretusa, se quedó perpleja, mientras un intenso dolor se adueñaba de ella. Sin decir palabra, se alejó en su carro hacia las regiones celestes; allí, con el rostro ensombrecido por la ira se plantó ante Júpiter y le dijo estas palabras:
«Vengo ante ti para suplicar por mi sangre y también por la tuya, Júpiter. Pues espero que te conmueva la suerte de nuestra hija. Después de larga búsqueda, al fin sé dónde está y qué le ha ocurrido. Pero, estoy dispuesta a perdonar el rapto, si Plutón me devuelve a mi hija.»
Así contestó Júpiter a esas palabras: «Comparto contigo la preocupación y el amor por nuestra hija; pero, en honor a la verdad, lo que ha ocurrido no es un crimen, sino obra del amor. Y, si tú estuvieras conforme, no me importaría tener por yerno a Plutón. A pesar de ello, si tanto deseas que se separen, Proserpina volverá contigo al cielo; pero lo hará con una estricta condición: no debe tocar con su boca ningún alimento de allí. Pues esa es la ley del mundo de las sombras.»
Ceres decidió recuperar a su hija, pero no lo permitió del todo el destino. Proserpina, con la ingenuidad de sus pocos años, no cumplió la condición expresada por su padre. Mientras paseaba un día por un huerto de frutales, cogió el fruto de un hermoso granado. Siete granos le arrancó con sus dientes y los masticó en la boca. Tuvo entonces Júpiter que hacer de mediador entre el dolor de Ceres y las exigencias de Plutón: dividió el año en dos mitades y, a partir de ese día, Proserpina, diosa compartida entre el mundo de la luz y el de las sombras, pasa con su madre el mismo número de meses que con su esposo en el Tártaro.
Así, cuando Proserpina vuelve al cielo con su madre, Ceres está alegre y los campos fructifican; pero durante los meses que pasa en el Inframundo con su esposo Plutón, la tristeza de la diosa hace que la tierra se vuelva estéril.

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