jueves, 13 de octubre de 2011

Sobre la lectura


SOBRE LA LECTURA
¿Qué comienzo más apropiado para el blog de la biblioteca que un comentario sobre la obra Una historia de la lectura de Alberto Manguel?
El autor, nacido en Buenos Aires en 1948, lector apasionado y reconocido ensayista y novelista, nos presenta una obra en la que recorre toda la historia de la lectura: desde las primigenias tablillas de arcilla sumerias hasta nuestros días, pasando por los antiguos escribas, los monjes de la Edad Media o la revolución Gutemberg. Lectores y experiencias de todos los tiempos nos guían con amenidad a través de estas páginas: San Ambrosio, que fue uno de los primeros en aprender a leer en silencio; Diderot, que creía en los poderes terapéuticos de las novelas “picantes”; Stevenson, que no quería aprender a leer para no privarse del placer que le producían las lecturas de su niñera; Borges, que pedía que leyeran para él su madre y sus amigos.
Además, la obra cuenta con numerosas imágenes -pinturas, esculturas, retratos, grabados, caricaturas, dibujos- que conforman e ilustran esta historia.
Manguel proclama los valores de la lectura como algo trascendente y reflexiona profundamente sobre la relación casi misteriosa entre el lector y el libro. Por eso inserta afirmaciones como estas : "El que lee no está solo nunca"; "Leer es una manera para el alma de zambullirse en la vida"; "Es el lector, en cada caso, quien interpreta el significado; es el lector quien atribuye a un objeto, lugar o acontecimiento cierta posible legibilidad. Todos nos leemos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea para poder vislumbrar quién somos y dónde estamos. Leemos para entender o para empezar a entender. No tenemos otro remedio que leer. Leer, casi tanto como respirar, es nuestra función esencial"."Una sociedad puede existir –muchas existen de hecho- sin escribir, pero no sin leer".

Un testimonio similar nos ofrece Arturo Pérez Reverte en su artículo “Un muchacho con libro” publicado en el Semanal (2 de octubre de 2011).
“En una mesa cercana hay un muchacho que lee un libro. Tiene unos diecisiete o dieciocho años, está solo… Está concentrado en las páginas y, de vez en cuando, cierra el libro y se queda mirando la plaza sin verla, con la expresión de quien permanece ajeno a cuanto ocurre ante sus ojos, con esa mirada ausente que todo lector conoce como propia: la de quien se detiene en el acto de leer pero no interrumpe la lectura, sino que sigue inmerso en las imágenes o ideas que el libro suscita.
Me pregunto qué lee el muchacho. Por qué mundos andará merced al libro que tiene en las manos… Lo que está claro es que al joven le interesa mucho lo que lee, pues pasa la página con la decisión del lector seguro de sí; y, cuando levanta la vista, sostiene el volumen con ese tacto familiar, confianzudo, de quien siente con un libro en las manos el mismo consuelo, o confianza, que un pistolero al sopesar un revólver con seis balas en el tambor.
Quizá –o sin duda- ese joven lector ha descubierto ya que, para adueñarse cómodamente de este y otros mundos, para llenar la existencia propia de experiencias ajenas y vivir mil vidas que de otro modo serían imposibles, basta con abrir las tapas de un libro.